lunes, 23 de diciembre de 2013

La dichosa percepción de riesgo


Hace unos días, en un breve pero muy interesante artículo, Amanda Reinman, de la Drug Policy Alliance, comentaba la reciente publicación de la encuesta norteamericana Monitoring the Future y los datos relativos al consumo de marihuana entre adolescentes de EEUU. Estos datos golpean duramente uno de los argumentos utilizados al hablar de los consumos de drogas por parte de adolescentes y jóvenes: que su consumo está asociado a una baja percepción de sus riesgos.



A falta de explicaciones más elaboradas, el mantra de la baja percepción de riesgo tanto ha valido para explicar los aumentos en el consumo de cannabis, de alcohol o en el de otras drogas. Aunque a nivel metodológico y conceptual esta idea tiene sus limitaciones, ahora contamos con un nuevo aporte de datos que la contradicen.

En los EEUU, el consumo de cannabis en la adolescencia "ha permanecido bastante estable desde 2009, con el pico de consumo más alto a finales de los 70 y el más bajo a principios de los 90. El año pasado, el consumo de marihuana (anual o diario) no aumentó significativamente entre los estudiantes de los grados 8, 10 y 12. Esto significa que no vemos más gente joven consumiendo marihuana ahora que en los últimos años", comenta Amanda Reinman. Y añade: "Sin embargo, donde sí hemos observado un cambio ha sido en la percepción del riesgo asociado al uso de marihuana. El número de adolescentes que dicen que el consumo regular de marihuana causa un "gran riesgo" ha ido disminuyendo lentamente desde su máximo a finales de los ochenta".

Monitoring the future (Gráfico 4 [PDF], Gráfico 5 [PDF])

Precisamente hace unos días también, la Ministra Ana Mato usaba el argumento de la baja percepción de riesgo al hablar del consumo de alcohol en los adolescentes. En declaraciones recogidas por EFE, la Ministra ha subrayado que "los adolescentes 'no son conscientes' del peligro del alcohol, ya que la mitad de ellos considera que 'tomar cinco o seis copas un fin de semana no tiene ninguna consecuencia' para la salud".

Planteado así puede resultar un tanto engañoso. En realidad, y tomando la definición de "percepción de riesgo" utilizada por el Plan Nacional sobre Drogas, es casi el 50% de los adolescentes los que piensan que el consumo de cinco o seis copas un fin de semana puede provocar bastantes o muchos problemas (ver página 100 del último informe de la Encuesta ESTUDES [PDF]). No hace falta ser muy lince para ver que tomar cinco o seis copas un fin de semana puede acarrear problemas pero que estos sean "bastantes o muchos" es más que relativo. De hecho, se produce un choque frontal entre dos puntos de vista: el de los propios adolescentes que ven y, algunos de ellos, sufren los problemas que acarrea, y el de los "expertos", que estudian dichos problemas y los cuantifican. Se trata de dos visiones que pueden entrar en conflicto por cuanto una de ellas parte de la experiencia directa y la otra del estudio de datos sobre esa experiencia. Y ambas visiones no siempre han de ser coincidentes. ¿Qué problemas ven los adolescentes? ¿Qué problemas ven los expertos? ¿Qué gravedad les otorgan ambos?

Evidentemente, los adolescentes pueden relativizar los riesgos debido a los beneficios que obtienen por beber y la frecuencia con la que ven que estos riesgos se convierten en daños. Y puede que ese "relativizar los riesgos" les lleve a no adoptar los cuidados necesarios cuando beben. Por su parte, los expertos tienden a exagerar los riesgos y cometen un error cuando atribuyen causalidad a elementos que simplemente correlacionan, como es el caso del consumo de alcohol y la percepción de que ese comportamiento acarrea "bastantes o muchos problemas". De hecho, no siempre correlacionan.

Por otra parte, me cuesta creer que miles de jóvenes decidan beber solo porque los riesgos de lo que van a hacer no les son lo suficientemente relevantes y pesan lo necesario como para hacerles decidir no hacerlo. En la decisión de beber entran en juego muchos más elementos, incluyendo la expectativa de obtener un beneficio haciéndolo. Quizá la cuestión no sea únicamente responsabilidad del adolescente. También cabe preguntarse si hemos comunicado suficientemente bien cuáles son los riesgos, cómo pueden evitarlos (y decir que no bebiendo no vale) y qué pueden hacer si algo sale mal. En lugar de eso, se opta por llamarles inconscientes (quizá rasgo que el adulto suele poner de relieve cuando habla del adolescente) y se les castiga (por beber en la calle y, como no tienen el dinero para afrontar las multas, que las paguen sus padres aunque a muchos de ellos les suponga más que un quebranto del alocado adolescente). En lugar de eso, tratamos de asustarlos y ocultar bajo llave la información que más les puede ayudar. Y lo hacemos por un ilógico miedo a "enviar el mensaje equivocado" o, peor aún, a que se esté dando legitimidad o aprobación a su consumo.

Después de tantos años viendo cómo el "actual" modelo de diversión (en el que el alcohol juega un papel prominente) se iba instalando entre nosotros, parece que es ahora cuando nuestras autoridades se han dado cuenta de su existencia y les ha entrado prisa por reducir. Ahora. Ahora que el hecho de beber es algo más que un "comportamiento de riesgo". Beber se ha convertido en una manera de ser y de estar en un contexto, el del ocio nocturno, que es además un espacio de socialización en el que el consumo de alcohol juega su papel lubrificante. Ir a beber es algo más que ir a beber alcohol. Por supuesto que hay una búsqueda absolutamente deliberada de la embriaguez. Pero esta ha de darse en un contexto determinado y con unas normas no escritas que todo el mundo conoce. El problema no está en que beban, el problema está en que la manera en que lo hace una parte de ellos les hace tener un mayor riesgo de sufrir consecuencias negativas. Ese debe ser el objetivo de las intervenciones: disminuir el número de personas que no "saben beber" y que tienen (o pueden tener) problemas por ello.

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